Época: Islam
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 610




Comentario

Los árabes preislámicos, de orígenes étnicos y lenguas semíticas diversas, se agrupan en tribus o qaba'il (singular qabila), asentadas en la periferia de la península (desde el Golfo Arábigo al Mar Rojo, pasando los límites de lo que los romanos denominaron Arabia Petrea) o nómadas, repartidos en el interior desértico, quienes en la época del surgimiento del Islam eran los únicos que recibían el apelativo de árabes; la primera había sido conocida por los viajeros clásicos y estuvo abierta a influencias griegas, egipcias e iraníes y siempre ostentó el ambiguo papel de servir de barrera y contacto con las tribus del interior. En la época que nos interesa destacaban por su personalidad dos regiones concretas: el actual Yemen, al Sur, asiento de antiguas culturas hidráulicas y más al Norte el Hiyza, donde se asentaba La Meca, en torno al santuario de la Kaaba. Estos territorios no pertenecieron al Imperio romano, y tras la desaparición de éste como garante de la precaria estabilidad de la zona, estuvieron sometidas de forma intermitente a las potencias subsiguientes, ya procediesen del Norte, es decir Bizancio o Persia, o del Sur, pues la cristiana Etiopía jugó algún papel. A la atomización política correspondía una variedad de deidades locales de carácter fetichista y animista, identificadas algunas de ellas con las olímpicas más elementales, como es el caso de las tres diosas de la Kaaba, una parte de cuyo culto se centraba en la reunión anual de sus adeptos, que participaban en una procesión en torno a la Piedra Negra que presidía el santuario; éste estaba constituido por un sencillo cercado de escasa altura y planta trapezoidal, en cuyo interior se hallaba, además, el pozo de Zemzem. Bajo estas divinidades, locales o tribales, existía toda una legión de espíritus, genios y ogros asociados a elementos naturales y, sobre todos ellos, la vaga noción de un dios superior, difusa creencia intertribal, a la que no sería ajena la presencia de viajeros y colonias de extranjeros e indígenas cristianos, e incluso comunidades judías, que habían hecho prosélitos entre las etnias locales. Estos pueblos carecían de manifestaciones artísticas dignas de tal nombre, salvo lejanos recuerdos de temas provincianos de las culturas vecinas; esta laguna era notoria en el campo de la arquitectura, pues la liviana autoconstrucción de los campamentos nómadas y el escaso compromiso edilicio de sus incipientes empresas urbanas les permitió ignorar hasta la menor técnica constructiva. Aunque el primer documento de la literatura árabe es el propio Corán, hay noticias de formas orales que sólo bajo el Islam serían transcritas con los caracteres nacionales, derivados de un viejo silabario semítico; esta literatura, reducida a una poesía muy retórica, de rígida composición y rica expresión verbal, refleja un ideal hedonista, como contraste y meta de una vida real bastante dura, proponiendo intereses materiales en clave jactanciosa, ensalzando la guerra y la caza, la vida nómada, el vino y las hazañas amorosas, dentro de un magnánimo ideal de honor caballeresco ajeno a preocupaciones trascendentes. Entre sus recursos literarios contaron referencias a personajes míticos e históricos del patrimonio común de los pueblos del Cercano Oriente, a quienes atribuyeron los poetas preislámicos virtudes y hechos arquetípicos, entre los que se enumeraban proezas arquitectónicas, referidas casi siempre a palacios, pabellones, jardines, ingenios hidráulicos y máquinas del bíblico Salomón.